Monday, July 2, 2012

La alegría de Jesús cuando se despidió

Los Evangelios sólo relatan dos momentos en los que Jesús habla de su propia alegría y lo hace de una manera poco común. Les quiero contar de uno de ellos.

Luego de la Última Cena y justo antes de iniciar su Pasión, el Señor Jesús se despidió de sus discípulos y amigos. Fue una larga despedida llena de palabras de amor y de esperanza y que concluyó en una bellísima oración al Padre. En esas palabras a sus discípulos nos hablaba también a nosotros.

Dijo, entre otras muchas cosas, que no se turbe nuestro corazón y que no nos acobardemos, que en la casa del Padre hay muchas moradas y que partía para prepararnos un lugar allá; que volvería a llevarnos con Él para que donde Él esté nosotros también estemos; que no nos dejaría huérfanos, pues volvería.

Jesús y sus Apóstoles, mosaico s. VI
También dijo que todo lo que pidiéramos en su nombre Él lo haría, y que nos daba su paz y nos la dejaba. Nos señaló el camino a seguir: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida». Nos reveló que Él es la Vid Verdadera, animándonos a permanecer como los sarmientos de la vid, unidos a Él.

Nos alentó a creer en Él y nos destinó a dar muchos frutos como discípulos suyos. Nos prometió que si lo amamos a Él seremos amados por el Padre y juntos vivirán en nuestra vida. Nos alentó a tener ¡ánimo! y a no tener miedo. Nos prometió que pediría al Padre por nosotros para que el Espíritu Santo esté con nosotros para siempre. Nos llamó amigos haciendo notar que fue primero Él quien nos eligió como sus amigos.

En el contexto de estas palabras y sabiendo que se acercaban a prenderle con espadas y palos nos dijo: «Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea colmada» (Jn 15,11).

En ese dramático momento Él era una persona alegre, lo hizo explícito y nos quiso dejar esa alegría no solo para compartirla con nosotros, sino para que, en su alegría, la nuestra alcance su plenitud.

¿Cómo podemos entender esto? Quizás una de las claves de la alegría profunda de Jesús esté en las palabras con que se dirige al Padre en esta despedida: «Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar». Pienso que su alegría tenía dos grandes pilares. El primero es el amor, el saberse profundamente amado por el Padre en el Espíritu y descubrirse Él mismo amándolo incondicionalmente. Y el segundo, el saberse en todo momento, incluso en los momentos más difíciles, cumpliendo el Plan que el Padre tuvo para Él, dándole así gloria con su vida y su acción. Él obró las buenas obras de Dios, obró rectamente en todo y por eso su vida fue una vida plena.

Tal vez esas sean dos dimensiones de la alegría que nos quiso dejar para que la nuestra sea colmada: el amor suyo y del Padre en el Espíritu Santo por nosotros y el vivir las buenas obras que el Padre nos ha encomendado. Con su ejemplo y con la fuerza del Espíritu nos invitó a la alegría de vivir ese amor y ese dar gloria a Dios con nuestro recto obrar. Así nuestra vida tendrá cada vez más sentido y será una vida encaminada hacia la plenitud, una vida que también da gloria a Dios.

Pienso que así no solo nuestra vida irá transformándose en una vida cada vez más feliz, aún en los momentos dramáticos, sino que también el mundo entero se irá transformando en un mundo más alegre: con la alegría de verdad, la alegría de Cristo, aún en medio del drama humano de nuestro tiempo.


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