Saturday, January 5, 2013

La alegría de los Magos

Los magos del oriente que llegaron a Belén me parecen simpáticos. De niño me hice amigo de ellos cantando un villancico que comienza con: Tan, Tan, van por el desierto. Hoy, el villancico me sigue gustando y también me atraen mucho los magos y les cuento por qué.

Fueron hombres audaces y abiertos al misterio. Al ver la estrella extraordinaria, que según su ciencia señalaba el nacimiento de “el Rey de los Judíos”, se lanzaron en su búsqueda, en una aventura llena de misterio hasta encontrarse con el más grande Misterio de todos los tiempos.

Fueron verdaderos sabios. Sus conocimientos de la astronomía y su sabiduría no los ensoberbecieron, al contrario, les sirvieron para caminar por el buen camino que llevaba a la Verdad hecha humildad.

Fueron valientes. En el cumplimiento de su misión no se detuvieron ante nada. Incluso se arriesgaron a ponerse delante del poderoso y temido rey Herodes para preguntarle algo impertinente, peligroso o disparatado: «¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido?», refiriéndose evidentemente a un rey distinto a Herodes.

Tuvieron personalidad y palabra firmes. Inspiraron respeto. Su presencia y el testimonio de su misión sobresaltó al pueblo, pero no los consideraron unos lunáticos. Les dieron crédito aún cuando hablaban de algo insólito. Tanto así que Herodes convocó a todos los sumos sacerdotes y los doctores de la ley para darles una respuesta.

Su testimonio fue claro y explícito. No dieron rodeos, no entraron en diálogos innecesarios, superficiales o en componendas con el mundo en Jerusalén. Su tarea era muy definida y así se lo hicieron saber a todos: «hemos venido a adorarle».

Estaban abiertos al misterio. La estrella misteriosa los llevó por un camino que no sospechaban y en ningún momento se aferraron a sus propios planes y paradigmas mentales. Llegaron buscando a un rey, donde debía estar según la lógica, en la gran ciudad de Jerusalén, y terminaron en el pequeño poblado de Belén, adorando a un Niño pobre recostado en un pesebre, al lado de su Madre y de San José.

Fueron hombres de fe firme. En lo que dijeron a Herodes no había duda: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el oriente y hemos venimos a adorarle». No dudan que haya nacido ya, es más, lo afirman en la pregunta. No dudan de la estrella, para ellos estaba claro que era “su” estrella, la estrella del Mesías e iban para adorarlo. La creación de Dios los puso en camino, la Palabra de Dios en las Escrituras definió el lugar del encuentro.

Fueron hombres humildes. Ciertamente eran sabios y seguramente personas importantes, ya que nadie que no fuera importante hubiera podido entrevistarse de buenas a primeras con el rey Herodes. Pero más adelante los vemos entrando a la pobre casa y adorar con toda humildad a un Bebito frágil recién nacido.

Fueron dóciles a los mensajes de Dios. Primero, al dejarse guiar por la estrella y luego, al hacer caso a la voz del Ángel que les indicó que regresasen a su tierra por otro camino. Pienso que también debieron ser astutos para no dejarse engañar por la trampa de Herodes, con la excusa de pretender él también adorar también al Niño.

Fueron generosos. Además del esfuerzo que demandó el largo viaje, se presentaron con las manos llenas para regalar al Niño oro, incienso y mirra.

Supieron esperar y se alegraron intensamente: Cuando vieron la estrella detenida encima del lugar donde estaba a el Niño «se llenaron de inmensa alegría» (Mt 2,10). San Juan Crisóstomo dice que se alegraron de esa forma al ver su esperanza confirmada y porque vieron recompensadas las penalidades de un camino tan largo.

No tenemos una descripción acabada de la escena que contemplaron estos buenos magos del oriente, pero San Mateo nos dejó lo suficiente: «Entraron en la casa, vieron al niño y a su Madre y postrándose, le adoraron». Fue un encuentro silencioso y hermoso. ¿Qué podían decir ante el misterio de Belén que contemplaban? Nada. Tras entrar y ver lo que vieron lo único que cabía era hacer un reverente silencio, ese silencio elocuente que es capaz de expresar lo más profundo de la experiencia humana cuando se encuentra con Dios.

¿Qué podían hacer? Solo el gesto reverente de postrarse ante el Niño. Con el gesto se disponen a adorar, con su cuerpo, su alma y su espíritu adoraron al Niño. Luego le ofrecieron sus dones.

Si los magos ya se habían llenado de una «inmensa alegría» antes de entrar, le faltarían palabras al vocabulario para describir la alegría que tuvieron al traspasar el umbral de la puerta y encontrarse con el Niño en medio de la Sagrada Familia. Esa alegría de los magos es también la alegría hacia la que caminamos.