Cada año descubro nuevas formas en las que nuestra vida cristiana de alguna manera se asemeja al Cirio. Les comparto algunas.
El Cirio no se enciende solo. La luz que irradia le vino dada de una luz inmensamente más grande, la de la fogata. Así también, nuestra vida está sostenida por la vida de la gracia que nos viene de Dios y la luz que queremos irradiar no es la nuestra, sino una infinitamente superior: la Luz de Cristo.
El Cirio, como canta el Pregón Pascual, «aunque distribuye su luz no mengua al repartirla». Ya sea que la vean un ojo o mil ojos, distribuirá con la misma generosidad su luz a cada par de ojos que desean verla. Nuestra vida cristiana es portadora de un mensaje inagotable de vida eterna: el Señor Jesús. Él es la respuesta para cada persona que desea conocerlo. Nuestra tarea es comunicarlo en nuestra vida cotidiana.
«Te rogamos, Señor —dice el Pregón— que este Cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche». No hay oscuridad tan negra que no sea vencida por su luz. Nuestra vida cristiana busca también destruir la oscuridad que hay en el mundo y en los corazones, buscando transformarlos iluminándolos con la luz de Jesucristo, la única capaz de hacerlo.
El Cirio es testigo de la alegría de la Resurrección, tiene grabada en el centro la Cruz de Cristo atravesada por cinco clavos y el año en el que brillará. Nuestra vida cristiana la vivimos en una dimensión de temporalidad: hoy, mañana, este año. No está exenta de dificultades, dolores y cruces, pues la vida humana en general es así. El camino hacia la gloria de la Resurrección pasa a través de la Cruz de Cristo, que reconcilia y que es faro de esperanza en los momentos difíciles. En nuestra vida cristiana buscamos también ser testigos de la Resurrección.
«Como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo Resucitado», termina el Pregón. Y éste es en el fondo el gran horizonte de nuestra vida cristiana: alcanzar la santidad, vivir junto con todos los santos, las lumbreras en el Cielo que ya vencieron, en el corazón de la vida misma del Señor Jesús Resucitado, en el Espíritu Santo con el Padre eterno.
Y, finalmente, el Cirio tiene inscritos arriba y debajo de la Cruz: Alfa y Omega, primera y última letras del alfabeto griego. Significa que Cristo es el primero y el último, principio y fin de toda la creación. Muchas reflexiones y sentimientos surgen en mi interior al contemplar estos dos símbolos. Pero quizá el mayor de ellos es la gratitud. Mi vida está inscrita en un Plan maravilloso y eterno. Un designio de Amor por mí y por toda la creación. No soy fruto de una especie de azar cósmico que acabará en la nada. El Alfa y la Omega dan sentido a mi vida. A toda vida.
Para meditarlo.
ReplyDeleteRealmente que buena reflexión, honda y fresca.
ReplyDeleteTe agradezco Eduardo, me ha ayudado mucho tu reflexión porque recoge lo que todo cristiano siente ante esa inmensidad de liturgia que es la Vigilia Pascual y que continúa encendida en el Cirio.
ReplyDeleteMe quedo con "para irradiarla debe consumirse y sólo se consume si la irradia", muchas gracias!!!!!
ReplyDeleteMuchas gracias Eduardo por compartir estas hermosas reflexiones, me han ayudado mucho y han encendido en mí la gratitud del don de la vida cristiana y también el anhelo y celo por ser santo, por consumirme en el fuego del amor. Saludos y oraciones
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