Curiosamente, al finalizar la Vigilia Pascual la Iglesia toda unimos nuestras voces en un canto que tiene una connotación algo diferente. De alguna manera nuestras voces se hacen eco de las primeras palabras que María escucha del Arcángel, «¡Alégrate! llena de gracia», cuando llega a anunciarle la invitación a ser la Madre del Reconciliador. Terminada la Eucaristía volvemos nuestra mirada a ella como para comunicarle el acontecimiento de la Resurrección que acabamos de conmemorar. Con entusiasmo y fuerte voz le decimos: «Reina del Cielo, ¡Alégrate!»

Pero no pretendemos ser los primeros. Nuestras voces simplemente expresan en el canto del Regina Caeli nuestra relación con María. No cantamos a una imagen. Cantamos a una persona real y viva, con quien tenemos una relación personal e íntima. Nuestro canto manifiesta una experiencia existencial de amor filial a nuestra Madre, presente en nuestra vida cotidiana.
Durante el Triduo Pascual la hemos visto sufriendo paso a paso y la hemos contemplado traspasada por el dolor más profundo, al pie de la Cruz de su Hijo, viéndolo morir. Por ello, ante el acontecimiento de la Resurrección que acabamos de celebrar en la Vigilia Pascual, nos nace naturalmente, como hijos suyos que somos, el poner nuestra mirada en Ella para comunicarle de primera mano y con toda prontitud la Gran Noticia:
«Reina del Cielo, ¡Alégrate!, aleluya,
porque el Señor, a quien llevaste en tu seno, aleluya,
ha resucitado, según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros, aleluya».
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