Sunday, April 8, 2012

El silencio de Barrabás

Cuando leemos el relato de la Pasión de Cristo nos conmovemos interiormente. Es un momento de la historia lleno de odio y donde se manifiesta la crueldad despiadada de la que somos capaces. Reaccionamos naturalmente ante tanta mentira e injusticia. ¡Qué cerrazón de las razones y de los corazones! ¡Qué violencia más injusta contra el Príncipe de la Paz!

Durante aquellas horas se realizó un intercambio de vidas tan, pero tan desigual que despierta nuestra indignación: Barrabás a cambio de Jesús.

Barrabás era lo que hoy llamaríamos un terrorista, y no cualquiera sino un cabecilla importante. Era un criminal acusado de homicidio e insurrección. Los malhechores que fueron crucificados al lado del Señor cometieron delitos semejantes así que muy probablemente la suerte de Barrabás sería la muerte en cruz también.

Los Evangelios no dan cuenta de palabra alguna de Barrabás. Sin embargo, recogieron con mucho detalle palabras, gestos y acciones de esos sucesos: unos mienten descaradamente; otros se acobardan; muchos gritan, insultan o se burlan de Jesús; otros aún, le escupen, golpean y laceran con espinas y latigazos; unos pocos, entre ellos su Madre, lo acompañan con entereza; otro grupo lo clava crucificándolo; y finalmente, perforan su costado con una lanza.

Tanto detalle pero ninguna palabra o gesto de Barrabás a pesar de ser nombrado once veces. Sólo quién fue y que fue liberado a los judíos a cambio de la vida de Jesús.

Como que nuestro corazón indignado quisiera gritar a Barrabás: ¡Di algo! ¡Haz algo! ¡No seas cobarde y no dejes que tu mal vivida vida valga el precio de la de Él! Quizá como que quisiéramos ver, al menos, una reacción como la de Pedro quien, aún sin comprender bien, increpó a Jesús «¡a mí no me lavarás los pies jamás!», reconociéndose indigno.

Barrabás sin decir palabra fue indultado escapando de la muerte. Fue nuevamente un hombre libre. Podía recomenzar su vida, para bien o para mal. Cristo pagó su libertad y su vida con la suya: tal era la altísima dignidad de la vida de malvado Barrabas.

Seguramente él no fue del todo consciente del precio con el cuál se había pagado por su vida. Y aún si lo hubiera sido, con más serenidad nos preguntamos: ¿qué podía haber dicho Barrabás? ¿Hubiera bastado un “gracias”? ¿Mil veces “gracias”? ¿Un millón de veces? ¿Había palabra alguna en el lenguaje humano capaz de agradecer a Jesús lo que verdaderamente hacía por él?

Quizá la desproporción casi grotesca que contemplamos nos puede dar alguna luz sobre el precio pagado por darnos nuestra propia altísima dignidad. La de mi vida y mis sucesos, y la de la tuya con los tuyos... ¡Qué intercambio tan desigual!

Ninguna palabra nuestra alcanzaría como respuesta a tanta generosidad. Quizá sólo podamos decir silenciosamente en lo más profundo de nuestro ser “gracias Señor”. Pero realmente la palabra más elocuente que podemos pronunciar es la de hacer de nuestra vida entera un gesto de gratitud que grite a los cuatro vientos, a tiempo y a destiempo, que ¡Cristo venció a la muerte!, que Él es la Reconciliación, que Él es el Camino más fascinante, las Verdad más plena y la Vida más valiosa de ser vivida.

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