Nunca sabremos qué sentía Jesús por todos esos niños inocentes que Herodes mandó asesinar tratando de matarlo a Él. Tampoco sabremos cuántos fueron, pero bastaba uno. Debió ser uno más de los dolores que llevó sobre sí en la Cruz.
Pero sí sabemos de su relación con los niños una vez iniciada su vida pública: le llevaban a los niños pequeños, los niños se le acercaban, Él los bendecía, los abrazaba e imponía las manos y rezaba con ellos. Mateo, Marcos y Lucas dan cuenta de ello.
Por estos Evangelistas también sabemos que, quizá por el número y el alboroto que hacían y porque no dejaban tranquilo a Jesús, los discípulos los reprendían y trataban de impedir que se acerquen a Él. Pero Jesús reclamó y les dijo que dejen a los niños acercarse a Él libremente.
Todos conocemos a los niños. Los niños, sobre todo los más pequeñitos a los que se refiere San Lucas, no se acercarían jamás a un hombre huraño, seco y enojoso. Pienso que se acercaban a Jesús porque era un hombre alegre y les transmitía felicidad, seguridad y confianza. No hay mayor confianza para un niño, al acercarse a un hombre adulto desconocido, que la alegría sincera comunicada en el lenguaje universal de la sonrisa y el brillo auténtico en la mirada. Jesús seguramente también sabía hablarles en su lenguaje infantil, sencillo y lúdico. Los niños del Evangelio son, pues, quizá los más grandes testigos de la alegría de Jesús.
Pero hay más. Con mucha delicadeza la Escritura cuenta que «le traían» los niños. ¿Quién se los traía?, nos preguntamos. Los Evangelistas no lo mencionan, pero la respuesta más natural sería que, al menos en la mayoría de los casos, eran sus propias mamás quien llevaban a Jesús sus niños.

Toda mamá tiene también un bello y maternal orgullo por sus hijos. Qué diálogos más hermosos habrá habido entre el Señor Jesús y las madres. Ellas, mostrando y presentándoles a sus hijos e implorando su bendición sobre ellos. Él, viendo en los niños el modelo del corazón capaz de entrar en el Reino de los Cielos (Mt 19,14) y de quienes son capaces de entender los misterios revelados por el Padre (Mt 11,25).
Por todo esto, me atrevo a pensar que las madres de estos niños, aún sin aparecer mencionadas en la Escritura, son testigos silenciosas de la alegría de Jesús. Un testimonio silente pero elocuente.
Me has hecho recordar unas sonrisas que además de alegrarme me cuestionan, me refiero a las sonrisas que he visto en esas mamás que llevaron a sus hijitos a ver pasar al Papa en el Papamovil. Sonrisas que revelan que ha valido la pena esperar a veces por varias horas -con unos niños en edad tan tierna que cinco minutos les parecen eternos-, superando incomodidades y obstáculos, para que por unos cuantos segundos sus hijitos vean, se encuentren personalmente, con el vicario de Cristo en la Tierra.
ReplyDeleteHola Patricia, muchas gracias por tu comentario. Me parece una excelente manera de explicar lo que trataba de decir con esta reflexión.
DeleteSaludos!
Hola Eduardo! muchas gracias por este blog, es un verdadero apoyo para poder ver a Jesús!
ReplyDeleteMe parece hermosa esta reflexión. La sencillez de los niños y su especial sensibilidad para las "cosas" de Dios, les permiten acercarse al Señor sin ninguna barrera, disfrutando con total libertad de la enorme bendición de estar en comunión con Él.
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